Humanos, creados hombre y mujer en la imagen de Dios, somos seres físicos y mortales en los cuales la vida está en la sangre. Por lo tanto, Dios imparte en los humanos una esencia espiritual, y esto capacita al hombre con intelecto estableciéndolo en una esfera mucho más alta que los animales. Este espíritu humano le permite a Dios juntar Su Espíritu con el nuestro, de esta manera llegamos a ser hijos de Dios. Cuando un hombre muere, sus pensamientos conscientes cesan, su espíritu vuelve a Dios quien lo dio, y su cuerpo vuelve al polvo. El propósito de Dios para con el hombre es que este entre a la Familia de Dios por medio de un nacimiento espiritual siguiendo al Bautismo y recibo del Espíritu Santo, y después a través de la resurrección de los muertos a inmortalidad y gloria.

Genesis 1:26-27; 2:7, 17; 3:19; Salmos 146:3-4; Eclesiastés 3:19; Exequiel 18:4, 20; Job 32:8; Zacarías 12:1; I Corintios 2:11; Hebreos 12:28; I Timoteo 6:15-16; Romanos 8:29; I Corintios 15:44, 50-54.